domingo, noviembre 26, 2006

Amor


De niñas, era un sueño desdibujado y efímero, podía encarnar en cualquiera y era hermano gemelo de la belleza como estándar.

De adolescentes, podía extenderse un poco más en el tiempo, pero igual era breve. La belleza ahora, una vara individual. Hormonal a rabiar, apasionado sin excepción. Comenzábamos a entender que podía ser primo lejano de la pena.

De jóvenes, sospechábamos ya, que incluía necesariamente bastante de tarea, que los cuentos de príncipes y princesas, siempre habían sido eso, cuentos. Dolía más de lo esperado, pero aún tenía mucho de arrebato. Negro o blanco. Nunca gris.

Ya de grandes, con la experiencia a cuestas, entendemos que es como una empresa. Entre lo ofertado y demandado, de lo pequeño a lo grande, una negociación eterna. Descubrimos que con la palabra “amor”, infinidad de veces, se camuflan otras cosas. Que la cristalización en el tiempo, es parecida a su inicio, en ambos extremos tiene mucho de inercia y de ceguera. Somos más condescendientes, racionales o por que no decirlo, también cobardes. La soledad empieza a ser una posibilidad y el fracaso un yugo, aunque todavía podemos decirnos a nosotras (no siempre al otro), que sabemos mejor lo que queremos. Ya no tiramos bombas. No somos petardistas. Medimos más, porque construimos más, y las demoliciones sabemos, son costosas. Ahora pensamos, sopesamos y nos cansamos. Nos hacemos un rato las idiotas, pateamos hacia delante, esa cosa que más que una pelota, es una bola, pero que indefectiblemente vuelve como un boomerang.

En la lenta metamorfosis inversa del amor, de mariposa a crisálida, de la que no siempre somos concientes, quizás sea preciso mirar para atrás, y rescatar, con la madurez de hoy, algo de aquello que quisimos y fuimos, sin fantasías, mas real, pero genuino. Algo de eso que las palabras destruyen y necesariamente sin ellas, nos nombra.

El amor es ahora, esa línea delgada entre dar sin perderse, entregarse sin fundirse, poder recibir y agradecer sin endeudarse. Menuda tarea.

No me resigno al amor como una mera mercancía que se obtiene o sostiene a cualquier precio, no me resigno a esa maquinaria que se devora lentamente la esencia del deseo personal primero y carnal, luego. No lo quiero así, moribundo, ni estancado, ni enfermo, ni aburrido, ni cobarde, ni ciego. Lo quiero mayormente sano. Puede tener gripe, pero no ser un cáncer. Puedo cuidarlo si se enferma, pero no ser la enfermera de tiempo completo. Sigo queriéndolo vivo, andando, respirando y creciendo.

1 comentario:

El detective amaestrado dijo...

Y haciéndonos daños en tantas ocasiones, pero aún así reincidmos